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Personalidad y Cáncer

 

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   El cáncer sigue considerándose hoy día una enfermedad multifactorial en sus causas, es decir, parece existir más de una causa en su aparición y desarrollo. Desde esta sección me gustaría comentaros lo que se conoce actualmente de la relación existente entre la enfermedad y ciertos patrones de conducta. Quiero también señalaros que no existe relación directa, es decir, no siempre que se observen estos patrones significa que la persona vaya a desarrollar una enfermedad.

   En 1928 se realizaron estudios sobre el sistema inmunológico y su capacidad de ser condicionado. En ellos se había podido concluir que el organismo y en concreto, el sistema inmunológico, podía ser “educado”. Seguro que conocéis los famosos estudios sobre “el efecto placebo”. Este efecto consiste en decirle a unas personas: “están siendo tratados de su enfermedad y les vamos a dar un tratamiento para curarles”. A un grupo de personas se les da una pastillita de azúcar u otra sustancia inocua. A otro grupo se le da una medicación que está indicada para la enfermedad. Al cabo de un tiempo, se comparan los dos grupos y se observa como los dos grupos controlan la enfermedad de igual forma, la que recibió la medicación y la que cree que la está recibiendo.

   Con este experimento se ha estudiado el asma, la depresión y otras enfermedades con estos resultados llamativos.

   Hay muchos estudios sobre el efecto placebo, sobre la relación que existe entre la mente y el cuerpo, y como la mente puede sanar y hacer enfermar al cuerpo Mi objetivo hoy, es deciros como ciertos patrones de conducta, creencias, y pensamientos que activan ciertas emociones, que son la personalidad en suma, pueden contribuir tanto a la salud como a la enfermedad.

   En psicología hablamos de ciertos tipos de personalidad, (la personalidad es siempre única, por lo que difícilmente nos vamos a ver reflejados en todos los aspectos, pero agrupar facilita su estudio). Existe el Tipo A, el Tipo B y el Tipo C. Hoy os voy a hablar de este último.
 


   Personalidad tipo C y su relación con el cáncer 


   Muchos investigadores consideran que existe una relación entre el cáncer y ciertos patrones de conducta. En 1980, los investigadores Morris y Greer plantearon la existencia de un patrón de conducta al que llamaron tipo C, pero ya a principios del siglo XVIII, un autor llamado Gendron había planteado que las mujeres ansiosas y deprimidas eran proclives al cáncer.

   En 1959, Leshan realiza una revisión bibliográfica sobre este tema y concluye que la desesperanza, la pérdida y la depresión son, con frecuencia, predictivas de la aparición del cáncer.


   Características de la personalidad tipo C 


   1. Depresión. Los estudios realizados no permiten afirmar que la depresión juegue un papel importante, pero sí puede ser un factor adicional en el desarrollo y aparición del cáncer. Las personas con depresión tienen un riesgo más alto de morir de cáncer años más tarde.

   2. Desamparo y desesperanza. Esta característica ha sido relacionada con la aparición del cáncer de un modo más consistente.

   Se ha visto que puede ser un buen predictor del desarrollo de cáncer de mama y melanomas, así como de las recaídas de la misma enfermedad. Estas personas suelen reaccionar con desamparo e impotencia ante acontecimientos estresantes.

   3. Falta de apoyo social. La pérdida de personas importantes es uno de los factores que puede contribuir al desarrollo del cáncer. Asimismo, la pérdida o la ausencia de buenas relaciones con los padres puede ser un predictor del cáncer y las personas con mayores recaídas de la enfermedad presentan un mayor número de pérdidas recientes que aquellos que no recaen. Existen indicios de que la falta de apoyo social puede estar asociada a una baja actividad de los linfocitos NK, células capaces de destruir las células cancerígenas (así como las células infectadas por virus) cuando estas aparecen e impedir así el desarrollo de la enfermedad.

   4. Incapacidad para expresar las emociones negativas. Las personas proclives al cáncer tienen una gran dificultad para expresar emociones de ira, agresividad, y otras emociones negativas, mientras que expresan emociones positivas (amor, solidaridad, etc.) en exceso. Suelen ser amables, preocupados por agradar y se presentan imperturbables ante el mundo. Son personas que se describen a sí mismas como con tendencia a guardarse la ira dentro. Es decir, no es que no sientan estas emociones, pues las sienten en la misma medida que la mayoría de las personas, pero en vez de expresarlas de un modo asertivo y apropiado, tratan de ignorarlas y suprimirlas sin llegar a procesarlas correctamente ni a solucionar.

   Esta tendencia procede tanto de factores genéticos como de los patrones de interacción familiar, que llevan a una persona a aprender a reaccionar ante las dificultades, los acontecimientos estresantes o los traumas, suprimiendo la manifestación de sus necesidades y sentimientos. Así, suprimen sus propias necesidades en favor de las de las otras personas, las cuales sitúan por encima de las propias. Eso conlleva la eliminación de emociones negativas (enfado, ira, desagrado, injusticia, frustración, etc.) mostrándose sumiso, cooperativo y tranquilo.

   En condiciones normales, cuando no existen acontecimientos especialmente estresantes, las buenas relaciones que logra tener con los demás, pueden compensar el malestar originado por la supresión de sus necesidades. Sin embargo, el bloqueo excesivo de la expresión de los sentimientos y necesidades tiene consecuencias negativas para la salud física y mental, sobre todo cuando los deseos o sentimientos que suprime son muy intensos (por ejemplo, en situaciones altamente injustas o estresantes).

   Esto crea una gran tensión interna y estrés, que originan emociones negativas ante las cuales reacciona del mismo modo, suprimiéndolas y mostrando una fachada de normalidad y autosuficiencia a pesar de sentir un gran desamparo. De hecho, pueden llegar a ignorar incluso síntomas físicos, así como sentimientos de soledad, tristeza, miedo, etc. Así, la persona comienza a sentirse deprimida, pero esta depresión no se debe a un acontecimiento concreto, sino que se debe a la sobrecarga acumulada de necesidades y sentimientos sin expresar.

   Cuando una persona se conduce de esta forma de manera habitual vive bajo los efectos de un estrés crónico.

   En el estrés crónico nuestro cuerpo segrega una sustancia que se llama cortisol, que en principio es buena porque alivia la inflamación, es un analgésico natural, entre otros muchos efectos “buenos”. Ahora bien, cuando la emisión de cortisol a grandes dosis se hace constante, se vuelve dañino para nuestro sistema nervioso e inmunológico y puede producir una inmunosupresión, es decir, una bajada de nuestras defensas naturales.

   Tanto la depresión como el desamparo o desesperanza son capaces de reducir la función de las células NK y, de este modo, influir sobre la aparición, desarrollo y recurrencia del cáncer.

   Asimismo, este comportamiento puede inducir a una persona a la realización de conductas de riesgo para el cáncer, como el consumo de alcohol y tabaco.

   No obstante lo que he indicado, no se han dado estudios concluyentes que demuestren la relación directa entre estos factores y el desarrollo del cáncer. Habría que salvar aún muchos errores, unificar criterios, utilizar metodología similar, etc. Lo que se puede afirmar es la existencia de una influencia de estos factores y es necesario ser prudente en la interpretación excluyente de determinados estudios.

   Añadir elementos de culpa (“he estado estresado y no he sabido afrontarlo, por eso tengo un cáncer”), no favorece precisamente, y añadir presión y angustia, tampoco (“tengo que calmarme, porque si no es así me pondré enferma”).

   Se sugiere una reflexión sobre el tema expuesto, y cuando la enfermedad ha aparecido, afrontarla con los mecanismos de los que uno disponga en ese momento, con el objetivo de adaptarnos a la situación con calma y serenidad, es importante: 

- El apoyo en el especialista y el equipo sanitario.
- Seguir sus indicaciones.
- Y si la persona lo necesita, buscar ayuda profesional en el caso de que la angustia ante la enfermedad así lo haga conveniente. Por ejemplo, sería conveniente la ayuda de un Psicooncólogo.

   Por otra parte, añadir que los elementos de protección y de salud consisten en desarrollar una actitud de flexibilidad y adaptación ante las circunstancias vitales. Cultivar la alegría y las relaciones cordiales y amorosas. Cuidar la alimentación y el equilibrio adecuado entre ejercicio y reposo.

 

 

   Escrito por Ana Carbonell Esquiva.

 

   Original, revista Vytal:

   http://www.costacomunicaciones.es/vytal/noticia_personalidad_cancer_1953.html

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